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La justicia es el corazón de la paz y el crisol de la seguridad

Por: Jairo Soler



No tengo palabras para expresar la felicidad que siento al conocer la noticia de la designación como ministro de Justicia del doctor Néstor Osuna. Todo cuanto guardo en la memoria es la presencia de un ser humano ecuánime, sabio y ponderado; de un académico que ama el conocimiento y que sabe, que el conocimiento es de las pocas oportunidades que nos podemos dar para transformar el mundo y las realidades de quienes nos rodean.


Pero también conocí a un ser humano tranquilo, capaz de esconder tras la mirada la tristeza por las frustraciones y conservar para sí, la felicidad generada por los resultados que deja el trabajo y la consagración. Pero por sobre todo, conocí a un colombiano, capaz de llevar sobre sus hombros el reto más apremiante de una nación que año tras año mira como se pierde la esperanza en un mañana, como se escurre por los dedos el agua de la tranquilidad, y como se dilapidan los destinos de quienes no tienen cabida en el poder porque incomodan, o en la calle porque estorban o no cumplen “las leyes” de la delincuencia.



El doctor Néstor Osuna Patiño, es el jurista que tendrá en sus manos la oportunidad de transformar la virtud más apremiante de la naturaleza humana, promoviendo y liderando reformas que le otorguen el sitial que hace tiempos ha dejado de ocupar la rama más querida por el árbol de la democracia. Su independencia será el pilar que mantenga el equilibrio de los poderes públicos y la igualdad entre los particulares; porque no hay nada más dañino para la democracia que una justicia en el bolsillo del poder o lo que es peor, en el armario de los particulares, porque la justicia tiene que ser de todos, tiene que ser sagrada, tiene que ser respetada y tiene que ser el adalid de la vida y de la libertad.


El doctor Néstor Osuna ha transitado como pocos por el mundo del constitucionalismo colombiano y como pocos conoce el peso de la dignidad, corazón y nuez de nuestros derechos y de nuestra condición humana; y es en este contexto, en el que nuestro Ministro de Justicia tendrá la oportunidad de interpretar, entender y dar espacio a la justicia restaurativa, en la que surjan otros mecanismos para resarcir el daño, porque se reemplaza el criterio vengativo del ius puniendi, por el espacio para que víctimas y victimarios encuentren alternativas donde la verdad, la justicia, la reparación y el compromiso de la no repetición, otorguen a todos por igual, la tranquilidad de construir conjuntamente la paz y la reconciliación. Porque la justicia es el pilar de la convivencia y, por ende, el crisol de la seguridad.


Será también la oportunidad para adecuar la Unidad Administrativa Especial de la Justicia Penal Militar y Policial, una especie de república independiente en donde su misma disposición estructural controvierte el espíritu de los jueces, cuando, por ejemplo, en virtud de la ley 1765 se enfatiza en la independencia del mando, pero se sostiene la filosofía de que quienes juzguen sean de grado superior al de los procesados.


Y esa es la columna vertebral de un sistema, que de plano choca con el criterio de meritocracia que propone el presidente Gustavo Petro. Es lo que Michael Sandel llama “La tiranía del mérito”.



Sin embargo; nuestro Ministro tiene ante sí un reto de dimensiones inimaginables; considerando que es por el tamiz de la justicia que pasa la paz, y es la justicia el arma más poderosa para frenar la guerra.


El desdén por este criterio conceptual, parece ha sido la razón para que la justicia ocupe uno de los niveles más bajos de credibilidad en Colombia, en tanto que la falta de voluntad política para constituirla en epicentro de la paz y la seguridad, viene siendo una de las causas por lo que aún caminamos en un territorio de nadie, donde la delincuencia campea con patente de corso y donde los “administradores de justicia”, son tanto el aprendiz de delincuente en la esquina de una calle que dispone quien pasa y quien vive, hasta el delincuente enquistado en el poder que dicta absoluciones y condenas para que las firme el juez de su chaleco, pasando por quienes en cada vereda, en cada corregimiento, en cada barrio, en cada calle venden franquicias criminales, establecen cuotas al derecho de vivir y destierran, procesando a inermes ciudadanos con los códigos de la barbarie y el terror.


Nada más pertinente que el informe de la Comisión de la Verdad, nada más oportuno que el informe presentado el pasado 26 de junio por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y nada más necesario que dejar de ignorar a los académicos, a los investigadores y a quienes hacen ingentes esfuerzos entregando sus vidas y su seguridad por hacer lo que omiten quienes tiene la responsabilidad, como señalar en dónde está el problema, quienes son los responsables y cuáles son las herramientas para conjurar el mal.



Usted, doctor Néstor Osuna, tiene en sus manos la más ambiciosa, prometedora y esperanzadora de las transformaciones de nuestro país: la de la justicia, la que cure las heridas y nos convierta nuevamente en ciudadanos de una nación hermosa, regidos por las mismas reglas e iguales por declaratoria de la ley universal.


La justicia de una nación que sigue siendo macondiana y que sigue pariendo colombianos valientes, honestos y trabajadores; pero sobre todo, colombianos que como usted, pueden ver a lo ojos de los niños y pueden arropar la conciencia con nuestro pabellón, porque estoy seguro, de que tiene la fuerza de voluntad exigida por las trasformaciones; pero especialmente, la capacidad y convicción requeridas para constituir el mandato del cambio en un punto de inflexión que deje en el pasado la corrupción, las mafias y la impunidad.

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