Por: Víctor Herrera Michell

La idea de la Consulta Popular, lanzada hace pocos días por el gobierno como último recurso para sacar adelante sus reformas, ha causado un revuelo político y mediático sorprendente. Justamente, esa es su primera victoria política. Esto que estamos haciendo y que seguirá de ahora en adelante: inmensos ríos de tinta acompañados de voces e imágenes derramándose por todas las redes sociales, los medios de comunicación, las bodegas, los corillos, las esquinas, etc., etc., incrementando exponencialmente el populismo y la polarización que tanto daño le hacen a nuestra deficiente democracia.
Sin embargo, creemos que, de acuerdo con los derechos humanos fundamentales, la Consulta Popular debe ser el ejercicio por excelencia de un sistema democrático. En el caso colombiano, nuestra constitución nos dice que: “La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público…” (art. 3) y “Son fines del Estado …facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política administrativa y cultural de la nación …” (art.2).
Con base en las garantías constitucionales y apelando a lo que llaman los juristas el “espíritu del legislador” el mecanismo de la consulta nos parece conducente y eficaz para conocer de manera directa la opinión de los ciudadanos acerca de los aspectos que les puedan afectar.
Otra cosa es que su trámite y ejecución se estén utilizando como una estrategia política y electoral para los comicios de congreso y presidencia del próximo año.
Ya lo hemos dicho aquí, Gustavo Petro es un animal político. Estuvo en el congreso, y de paso por la alcaldía de Bogotá, por más de 30 años. Como diría Martí: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”. Sabe que los congresistas, con valiosas excepciones, muchas veces deben escoger entre los contratos, puestos, obras, becas, cupos indicativos, auxilios parlamentarios, etc., que les ofrece el gobierno durante sus cuatro años o la financiación de sus propias campañas políticas y electorales, además de donaciones especiales, que les han entregado siempre los poderosos grupos económicos.
Por eso, Petro, contra viento y marea, ha impuesto y se ha hecho acompañar de un auténtico y muy habilidoso alfil del ajedrez político: Armandito Benedetti.
En ese orden de ideas, la Consulta Popular será: la excusa perfecta para esconder la impericia, negligencia e ineptitud de su gobierno para realizar unas reformas que cambiarían el modelo económico que, es cierto, ha generado tanta desigualdad; el “caballito de batalla” de la campaña política para continuar en el poder; El argumento de la propuesta de gobierno de su posible sucesor; la “cortina de humo” ideal para concitar la opinión nacional y así ocultar los graves problemas que, es cierto también, padece el país; el pretexto para seguir manteniendo en primer plano las bondades de las reformas a la salud, laboral y pensional; la estrategia adecuada para enfrentar a la clase política tradicional y al poder económico, incluso si el Senado negara la consulta.
Ya tuvimos un ejemplo: Juan Manuel Santos embarcó a todo el país en el famoso Plebiscito por el Sí y el No del Acuerdo de Paz que, aunque negaron los ciudadanos de manera directa, fue aprobado posteriormente por el congreso, y que lo llevó a obtener al final, nada más ni nada menos, el Premio Nobel de la Paz. ¡¡Jonrón con bases llenas…!!
Esperemos, en este nuevo capítulo de la novela política nacional, cómo le sale esta “jugada maestra” a Petro que hasta ahora ha ratificado con su gobierno que, como decían nuestros mayores, “No hay peor mal, que el bien que no se sabe hacer”.
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