Durante varias décadas existió en América Latina una corriente de pensamiento y acción que podemos denominar de diversas formas, “comunicación popular”, “comunicación alternativa”, “comunicación comunitaria”, “comunicación educativa”. No son sinónimos exactos, pero revelan una intencionalidad de un modo de entender y ejercer la comunicación, aspectos en los que la dimensión grupal es importante, el ideal de la comunicación se realiza más en el cara-cara que en la comunicación masivamente mediada, el umbral de acción en la línea de concebir a su participante como sujetos de su propia historia.
Para los ochenta, existía ya una muy rica y variada experiencia sobre prácticas alternativas de la comunicación inserta en movimientos populares, que por la época tenían el sello incontestable de lo político como una fuente de reflexión fundamental. Decir “popular o “alternativo” era algo básicamente ligado a las prácticas si no directamente políticas, sí con familiaridad en ese sentido de la acción social. La CP y la CA es un modo de entender la comunicación, un estilo de ejercerla y concebir a los medios (tanto “macro” como “micro” medios). Estas prácticas de comunicación, tenían por común denominador la creación de medios y sistemas de difusión propios de información con una intencionalidad política de participación o reivindicación de demandas sociales. Ante los medios audiovisuales tradicionalmente autoritarios, la CP fue un concepto (y una práctica) muy utilizada para nombrar todas esas realidades comunicativas que no estaban insertas en el aparato dominante (estado, empresarios, ejército, consorcios de comunicación constituidos) y contra las cuales se pronunciaban. En 1989 se definía entre muchos rasgos más, a la CA como movimiento y no como sistema; como un tipo de práctica que fomenta la iniciativa del receptor, que pone en marcha un proceso de comunicación horizontal y participativa, que intenta inaugurar nuevas formas de relación social, que intenta convertir a la sociedad en una escuela de receptores críticos, que en suma intenta articular orgánicamente el proceso de una nueva comunicación al de cambio hacia una nueva sociedad.
¿Será el periodismo alternativo e “independiente”, en Colombia, la obturación de un incipiente poder que se vislumbra en la Tercera Revolución Industrial, era del Internet, surgida del vertiginoso avance de la ciencia y la tecnología? Lo alternativo es lo otro, el alter, lo opuesto a lo tradicional. A través de las redes sociales hay una insinuación que empieza a fraguarse, a cocinarse con leña y con la “madera" de excelentes periodistas independientes. Habría que esperar más tiempo. Hasta ahora, podríamos afirmar, en términos generales, que ni los periodistas asalariados ni los “independientes” constituyen poder, pero en cambio siguen siendo utilizados por el poder mediático.
Si “el cuarto poder” lo comparamos con una gran mansión, a los periodistas únicamente se les permitiría usar el cuarto de la servidumbre.
A los periodistas sin alcurnia les podrán prestar o alquilan un balcón, tal vez un rinconcito del poder, pero nunca les será cedido ni un cuarto del poder.
¿Seguirán alucinados con un poder que no es de ellos? ¿Cómo podrían poder sin tener poder?
Después del efecto “alucinógeno”, la realidad aflora. ¡Ahí están los periodistas sin poder, descansando en un catre, “recluidos” en un cuarto de la servidumbre! Y luego, aparece el fantasma de la realidad en lúgubres noches de soledad, acicateándonos, sentenciando: “ni siquiera tuvieron fuerzas para unirse ”. Si no hay solidaridad entre los periodistas es porque vaga es la unidad, si escasea el sentido colectivo es porque nunca se pudo edificar la unidad, si no hay fuertes gremios periodísticos es porque nos anonadó la ilusión de un poder ajeno.
¿Cómo podrían si ni siquiera tienen la opción de ser periodistas autónomos, con criterio propio? ¿Cómo podrían si el periodismo en Colombia dejó de ser considerado una profesión? ¿Qué clase de poder tendrían los artesanos del periodismo?
Porque en la división social del trabajo, los oficios, y el periodismo es catalogado como tal, han sido roles destinados para que los desempeñen los peones, los obreros, y en general, la servidumbre.
Atrapados entre la censura y la autocensura, a los periodistas, en su gran mayoría, solo se les ha permitido estacionarse entre los estrechos límites de sus aptitudes potenciales, en tanto que al mismo tiempo se les conmina con el castigo de la mordaza con el objeto de evitar una amenaza en contra de lo establecido.
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