Por: Fabián A. Fonseca C.
Hace ya algunos días he venido escuchando en algunos medios internacionales un hecho noticioso e inquietante proveniente de Italia, en donde se avecina, según los sondeos y encuestas, la inminente llegada al poder, por primera vez desde que el fascismo fue derrotado en el contexto de la segunda guerra mundial, de un partido de tendencia de ultraderecha encabezado por el partido neofascista italiano llamado ‘’Hermanos de Italia’’ liderados por su más visible líder y fundadora Giorgia Meloni.
Y en alianza y coalición con partidos de la derecha conservadora y tradicional como el partido del ex primer ministro Silvio Berlusconi, y el movimiento también de tendencia de ultraderecha, la Liga, de Matteo Salvini.
Según los sondeos publicados por DatosRTVE la extrema derecha sería el partido más votado en estas elecciones anticipadas, obteniendo alrededor del 24% de los votos, superando al partido de centro izquierda ‘’Partido Democrático’’ liderados por Enrico Letta, que obtendría un 22% de los sufragios.
Si bien los datos proporcionados por esta encuesta y otras son muy parejos, lo claro es que se ha venido marcando una tendencia al alza de la ultraderecha, algo impensable en tan solo un par de años, más sabiendo los antecedentes históricos de esta nación, y reconociendo el poder de la Unión Europea como un posible blindaje ante los extremos, esos que tanto daño le hicieron en su época al viejo continente.
No obstante, pareciera que cada vez más los discursos de odio, la xenofobia, la homofobia, el capitalismo salvaje, los nacionalismos soberanistas y la tiranía del miedo han venido calando en las hasta hace pocas robustas democracias europeas.
Cabe solo mirar como en Hungría, Francia, España, Alemania, Portugal, Grecia, Reino Unido, entre otros, y ahora Italia se ha apoderado los extremos de un electorado cada vez más desesperanzada de la política, haciendo que infortunadamente los parlamentos y las instancias electorales de esos países tengan cabida los partidos y políticos que vociferan en mi opinión, un peligro para las libertades y las democracias, esas que para nada deberían tener tintes de autoritarismos, y mucho menos pasar por la negación de las diversidades, esas que precisamente hacen que las democracias en el mundo sigan con vida.
Estos extremos se han aprovechado vilmente de los principios democráticos que los han incluido, a pesar de sus inquietantes y temerarias posiciones, y lo más preocupante, y que debería ser analizado, se han apoderado de los electorados, que de una u otra manera también resultan ser víctimas de unos sistemas que no los han tenido en cuenta, y que lo que han hecho es cimentar su propia tumba y ungir a los dañinos extremos.
Es realmente imperioso que los partidos y líderes que representan la democracia decente y republicana, sea de la derecha, el centro o de izquierda eviten desde los medios que nos proporcionan las democracias, detener e impedir que nuevamente el mudo se invada de aquellas ignominias políticas que lo único que hacen es desangrar la poca estabilidad de nuestras frágiles democracias y llevan al matadero a nuestros ciudadanos.
Esos que de seguro se dejaron captar por el discurso del odio gracias a que no hubo una prevención, asistencia y seducción por parte de esa política que en algunas ocasiones se olvida de las necesidades, valores, sentimientos, derechos y expectativas de los ciudadanos de a pie.
Esperemos que el centro y la izquierda democrática italiana se unan como un cerco sanitario, para evitar, así como en Francia, que la extrema derecha llegue al poder y que permita que Italia no sucumba ante la tiranía o monarquía del miedo como decía M. Nussbaum, para que finalmente el ocaso italiano solo sea un mero título de un artículo de opinión, y no una realidad innegable y desafortunada.
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