El fracaso del Gobierno y la urgencia de un periodismo responsable
- Acta Diurna
- hace 1 día
- 5 Min. de lectura
Por: Fernando Álvarez

Aunque cada vez más se normaliza lo insólito en Colombia y los promitentes forjadores del cambio resultaron peores que los acomodados defensores del statu quo, todavía quedan restos para que el país no se vaya definitivamente a pique. A pesar de los esfuerzos de las extremas, Colombia es más que sus factores polarizantes y sus ciudadanos conservan el coraje suficiente para no sucumbir.
El hecho de que el radicalismo y los fuegos cruzados entre los incendiarios no permitan aún imaginar un escenario donde el odio no sea el amo del juego, no significa que exista un pueblo fácil de subyugar, así lo hayan logrado engañar temporalmente las arengas de la derecha o las diatribas de la izquierda y así no se vea aún la luz al final del túnel. En medio de las acusaciones sobre fascismo o comunismo que se disparan los líderes de las extremas, hay una ciudadanía mayoritaria que ya no le come cuento ni al uno ni al otro.
Pero hay algo que se echa de menos y es el papel de los periodistas como informadores objetivos o como formadores de opinión plural y analistas neutrales comprometidos con una perspectiva de interés nacional que busque consensos, que intente unir al país y que trascienda las agendas de los líderes de las barras bravas y de sus hordas que atizan el fuego y polarizan desde las redes y los medios masivos de comunicación.
Sin embargo, subyace una opinión pública que dista mucho de la opinión publicada y máxime, de aquella que definitivamente cayó en la tentación de irse por el camino de apostarle a uno de los dos bandos promotores de la polarización. Aquí es donde jugaría un papel clave la actitud ponderada de quienes manejan la información en Colombia, es decir, donde valdría la pena apelar a la responsabilidad social del periodismo.
Los periodistas confunden a veces su papel de investigadores y su destreza para descubrir los hilos ocultos del poder con una tendencia a tomar partido contra el denunciado. Su afán por la chiva, la exclusiva, el titular escandaloso y otros tantos demonios disfrazados de mariposas amarillas, los hacen fácilmente resbalar por el despeñadero de la polarización y de conseguir los aplausos de las barras bravas.
Periodistas con inquinas antiuribistas o comunicadores con sesgos antipetristas alimentan los extremismos y fomentan la violencia verbal en un país polarizado que amenaza con dar al traste con un futuro viable para los colombianos. Posturas intrigantes y amarillistas que contribuyen a generar el caldo de cultivo de las extremas que impiden el desarrollo social y económico y la construcción de un clima de consensos y de unidad nacional, en donde todos ganen. Hoy hasta los verbos de los titulares han abandonado la presunción de inocencia o la posibilidad de dar el beneficio de inventario.
Para completar, el tema de la corrupción parece haber quedado atrás y quien hable de esto se ve como obsoleto. La moralidad pública ya no comanda ninguna agenda a pesar de que sea cacareada por una oposición mediocre que no logra concitar entusiasmo sino en sus propias fanaticadas. Y para el Gobierno de Gustavo Petro la ética de lo público solo es válida para aplicar el retrovisor. Pero ni la derecha ni la izquierda valoran hoy lo que inmortalizó a Antanas Mockus cuando logró incrustar en la mente de los colombianos que los recursos públicos son sagrados. Y la prensa, que muchas veces ha hecho las veces de fiscal y defensora del bien público, no ha logrado despertar la confianza ciudadana porque se ha dejado atrapar en sus propios vicios que incluyen egos, fobias, protagonismos y una que otra marcada preferencia ideológica.
Para este Gobierno del “cambio” como los burgueses centenariamente hicieron lo que les venía en gana es suficiente justificación para hacer lo mismo, con aparentes intenciones diferentes. Esto traducido al buen romance significa que como los ricos robaban está bien que los pobres roben ahora. Lo lamentable de esta premisa cínica, que inevitablemente conduce al todo vale, es que de alguna manera se apoderó de muchos desencantados con la clase política tradicional y fue en parte el punto clave que favoreció electoralmente el triunfo de Petro en 2022. Y ahora todo indica que es el catecismo del Pacto Histórico. Ya a nadie del Gobierno del “cambio” parece importarle el qué dirán, entre otras, porque quien se atreva puede caer en desgracia, como sucedió con Francia Márquez, o con Augusto Rodríguez, o con el exministro Luis Carlos Reyes.
Como lo definió recientemente, muy a propósito de la desvergonzada llegada de Armando Benedetti al gabinete, la analista no polarizada de La Silla Vacía Olga L. González: “Petro versión 2025 está ya totalmente contaminado por los vicios que los colombianos queremos ver erradicados de la vida política. Por eso, el progresismo debe entender que va hacia una sin salida apostando por ese caballo enfermo. Es preciso entender el momento histórico, salir de la religión petrista y del caudillismo y convocar a la ciudadanía”.
Y si lo dice alguien que ya se desmarca de Petro, desde un criterio progresista, es porque existe un franco descontento de la gente decente que acompañó este proyecto y hoy siente la gran frustración porque “el pueblo colombiano sigue estando insatisfecho con este gobierno de promesas incumplidas”. Pero que no se hagan ilusiones quienes creen que la tragedia colombiana sugiere que llegó automáticamente el turno a la derecha, como si la suerte del país se debatiera pendularmente.
El país nacional no quiere polarización, mientras el país político cree que es la única forma de ganar las elecciones en 2026. Pero hay un país racional por encima de esa triste realidad, que por lo visto no ha cambiado nada en 80 años, cuando decía Jorge Eliecer Gaitán: “En Colombia hay dos países, el país político y el país nacional, el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político”.
El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo! Pero si el periodismo asume su rol en esta coyuntura, quedarán sin piso los Holman Morris con sus máquinas de propaganda al estilo de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del tercer Reich, y quedarán los influencers macartistas sin oficio. Quedarán por puertas tanto las plumas Furibistas como las bodegas Petristes. Con mucha razón dijo el legendario periodista Juan Gossaín a manera de alerta: “Nunca había visto a la prensa revuelta en el mismo fango que los políticos”.
Comments