Por: Juan C. Camacho Castellanos
En la historia humana los periodos de paz han sido escasos pero eso no es por ausencia total de conflicto sino por una relativa estabilidad en la que las guerras han cesado temporalmente en momentos de transición política, económica, social o cultural; por tanto, “la guerra” no es más que un estado agudizado del conflicto en el que la violencia estalla de manera brutal y arrasa con justos e injustos mientras que los poderosos se enriquecen, usan a las personas como fichas de un ajedrez maléfico y, en algunas ocasiones, terminan pereciendo víctimas de su propia perversidad.
La utopía siempre ha establecido ese concepto de una paz infinita, el Shangri La de la novela “Horizontes Perdidos” de James Hilton es parte de esa ensoñación del ser humano por llegar a un paraíso colmado de infinita felicidad, de armonía y de un grupo de seres humanos que se han desprendido de sus más bajos instintos, de su naturaleza conflictiva y de su egoísmo innato; es por esto que muchas ideologías que intentan imponerse por la fuerza, las muchas, y por la “razón, muy pocas chocan, al final, con la dura y dolorosa realidad, que se puede definir, tal vez, como la simple naturaleza humana.
Ese “hombre nuevo” de la utopía marxista no existe, es más, cuando se ha querido moldear al ser humano a ese modelo imaginario se ha hecho a costa de muerte y terror; incluso, en naciones donde se han impuesto regímenes autocráticos y teocráticos siempre existe esa disconformidad del individuo porque su instinto, su emoción y su razón luchan contra esa imposición y al final predomina una fuerza que lo impulsa a buscar la anhelada Libertad de acción y de pensamiento.
Y esto nos lleva nuevamente a ese conflicto intrapersonal y a los conflictos que, naturalmente, se dan entre seres condenados a ser gregarios y que, por supuesto, en pequeña o gran medida han traído dolor, tristeza, desesperación y muerte al ser humano, pero, que, además, han movido los hilos de la historia para motivar el desarrollo y un progreso real a la humanidad.
Fue un conflicto intrapersonal el que motivo a los filósofos a preguntarse la razón de la existencia humana, a buscar respuestas respecto a la naturaleza y el universo, a generar procesos avanzados de pensamiento; han sido los trances sociales los que han moldeado ciertos aspectos fundamentales de la convivencia y la cooperación; han sido los conflictos bélicos los que han generado creaciones técnicas y tecnológicas que dan pie a avances increíbles en la ingeniería, la medicina y la astronáutica. En fin, que el conflicto puede generar espantos y también maravillas.
Desafortunadamente en Colombia, en este caso, el conflicto político ha mantenido por décadas el horror y el espanto gracias a una serie de factores que solo tienen un fin, tomarse el poder por el poder mismo y no para generar desarrollo sino para imponer un sistema ideológico retrogrado y criminal y, además, en medio de su degeneración moral establecer un sistema que si terminará perturbando la tranquilidad existencial de una inmensa mayoría de personas que, a menudo, ni entienden la profundidad de dicho conflicto y solo reaccionan ante el ofrecimiento de “La Paz de Santos” o la “Paz Total” de los genios perversos del “cambio”.
Es una “Paz” que se construye sobre un entarimado de prebendas para los criminales, de impunidad para los delincuentes, de doblegar a los honestos frente a las amenazas de los perversos y de terminar el conflicto artificialmente para condenar a la nación a mantener a una minoría de individuos que han segado la vida de cientos de personas y que, gracias a esos procesos de paz mal diseñados y peor implementados, siguen permitiendo que se expanda el conflicto de manera permanente pues, al final, la impunidad no satisface la idea de la justicia y la paz a cualquier precio no es más que terminar hundido en la tiranía y en la guerra que tanto se desea evitar, como bien lo dijo Winston Churchill, “Si te humillas para evitar la Guerra, tendrás Humillación y tendrás Guerra”.
Cuando la inmensa mayoría desea la paz y para complacerla el Estado se humilla y cede ante el agresor, cuando en la mesa de negociación el argumento del guerrillero o paramilitar es un fusil apuntando al negociador que representa al estado constituido, cuando se coloca como mediadores a naciones gobernadas por criminales como Cuba o Venezuela, o, ideológicamente comprometidas con uno de los bandos, México o España, se termina aceptando que los violentos se impongan y que la impunidad reine.
El conflicto, entonces, no terminará nunca, se agravará y surgirán nuevos protagonistas y estos también querrán su parte del pastel y, así, eternamente seguirá destruyendo la posibilidad de que Colombia salga adelante y que pueda explotar con largueza sus grandes ventajas territoriales en el ámbito económico para, así, generar un verdadero bienestar y tranquilidad, a sus ciudadanos. Sí, entiéndase, “TRANQUILIDAD” lo contrario al eslogan de “paz total” porque siempre se busca lo primero y nunca existirá lo último porque la paz real y total solo se obtiene cuando nos deslastramos del peso corpóreo y nos unimos a la inmensidad del universo como reza la lapidaria frase “Que descanse en Santa Paz”.
Para esto se debe combatir con la fuerza de la moral, la imposición del poder de un Estado digno y la implantación de una verdadera justicia que no se base en la impunidad, en las prebendas para el criminal y en un perdón absurdo a los crímenes de lesa humanidad que estos bandoleros han cometido a sabiendas de que al final se saldrán con la suya porque, desafortunadamente, en Colombia el “ser pillo paga” y el honesto termina siendo el motivo de la risa perversa de los corruptos que pululan en los pasillos del poder revolcándose en su podredumbre y complacencia.
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