Por: Rodrigo López Oviedo
Cada vez es más frecuente el llamado de las militancias de todas las toldas a concertar, acordar, consensuar, dialogar, etcétera, y de ello son ejemplos los discursos del presidente Gustavo Petro y su bancada, las intervenciones de la oposición en el Congreso y los reportes periodísticos que tan frecuentemente le son publicados a la cúpula empresarial, representada en los gremios.
Como botón de muestra está la entrevista que le concedió Juan Fernando Cristo a El Espectador este 3 de noviembre. Allí, el ministro señaló lo que considera notables logros en la aprobación de las iniciativas legislativas del Gobierno y las muchas posibilidades que ve para sacar adelante las que faltan, “si se generan consensos, si se habla, se dialoga y se construye”, aunque él bien sabe que, dada la correlación de fuerzas que hay en el Congreso, tales posibilidades se darán a costa de permitir que se sigan atenuando los alcances de tales iniciativas, lo cual debe parecerle bien si lo que importa es tener algunas realizaciones que mostrar, así solo coincidan tímidamente con las que Petro quisiera y se comprometió a impulsar.
Por supuesto que de la precariedad de esas reformas no son responsables ni Petro ni la bancada del Pacto Histórico, que han tenido que lidiar en el Congreso con una oposición obstruccionista al máximo y unos aliados de fauces abiertas cuando se trata de comprometer su voto.
Para afrontar tal perspectiva, el Pacto tiene que empeñarse en acelerar su conversión en partido político, sin lo cual no podrá cumplir con las normas que hoy lo tienen por fuera de los escenarios electorales. En tal sentido, debe abrir rápido la discusión sobre lo que será su programa, sus estatutos y las reglas a observar en elecciones, tales como el carácter abierto o cerrado de sus listas, la forma de garantizar en ellas la equidad de género y los mecanismos para la escogencia de candidatos, aspecto este del cual ya hemos hablado anteriormente.
Creemos que todos los esfuerzos que demandan estas tareas pueden desembocar en un mayor interés de la militancia en garantizarle al nuevo partido la conservación del solio presidencial y un número de congresistas suficiente para poder cumplir, grosso modo, con las expectativas populares, sin tener que incurrir en alianzas con bancadas presuntamente cercanas, pero que solo accederán a las reformas mientras estas no lastimen significativamente sus intereses.
Pero lo anterior no es posible lograrlo a la manera de la vieja política. La nueva política implica concertar con las bases los derroteros a seguir, las banderas a izar y las alianzas a pactar, entre otros aspectos. ¿Llegaremos a ello? Ojalá que sí.
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