Por: Cristian Halaby Fernandez
Colombia, mi país, es un lugar maravilloso lleno de sitios y riquezas especiales, con una biodiversidad impactante y un sinnúmero de privilegios otorgados por la suerte. Colombia, el de los dos mares desaprovechados, el de la hermosura natural de sus costas y el abandono de la gente que en ellas habita. Colombia, mi patria, un lugar lleno de personas disimiles, tanto así que no existe en ella un acento típico, como sí lo hay en los demás lugares de Suramérica, aquí se habla rolo, caleño, paisa, toche, costeño, pastuso, llanero e indio, entre muchos otros. El país donde nos entendemos, pero no nos ponemos de acuerdo. Un país compuesto de regiones marcadas por accidentes geográficos que hicieron de ella un lugar desarrollado por partes con industrias y servicios para las comunidades locales y que apenas en los últimos años se ha venido consolidando como una sola. Colombia, el país de muchos y de nadie, el país que ha perdido territorios en el sur, en Panamá y en la costa de Mosquitia en Nicaragua porque a nadie en su clase dirigente se preocupó por la grandeza de la nación sino por su propia comodidad, interés y por el centralismo.
Colombia, y anteriormente la Gran Colombia con Panama, Perú, Ecuador y Venezuela siempre ha tenido un gran potencial nunca explotado en el buen sentido de la palabra. Su localización geográfica ha sido estratégica para muchas cosas, pero la envidia y la codicia ha primado sobre el bien común. Este país es posiblemente uno de los mayores ejemplos existentes en la Tierra de un potencial por desarrollar frenado desde sus inicios por su propia clase dirigente. En este sentido, la clase dirigente colombiana ha fracasado por completo con ínfulas de nuevo rico con los recursos de los ciudadanos. Un país donde la mayor riqueza es estar enchufado para poder recibir puestos, comisiones y ganancias de la administración pública. Un círculo vicioso que pareciera imposible de romper gracias a la cofradía entre políticos, contratistas y beneficiarios.
No hay mal que dure cien años…
La sociedad colombiana ha sido debilitada por la falta de inclusión y su aversión a participar en el proceso político debido precisamente a los altos de niveles de corrupción, al amiguismo, y, entre otras cosas, al círculo vicioso que se crea al aceptar aspirar a cargos de elección popular o de libre designación por partidos establecidos. El ciudadano de a pie en cualquier nivel socioeconómico califica al político de corrupto piensa que se debe actuar, pero nunca lo hace por su miedo a acabar igual y lo hace con sentido debido a que el sistema ha evolucionado para que así sea.
¿Qué hacer entonces? Siendo así las cosas, la sociedad colombiana está ante el asomo de una crisis catastrófica desde lo social hasta lo económico basado en un gasto inconmensurable y el mantenimiento de la clase burocrática y sus respectivas cuotas, para lo que todos los días hay más impuestos que alimentan aún más el deseo voraz de enriquecimiento de muchos en el poder y de fondos para financiar la permanencia en el poder. Ante esta la sociedad que es decente y que ve desde la barrera hay que tomar varias decisiones:
Debe parar de votar a políticos tradicionales amparados por los partidos de siempre.
Debe interesarse y participar del proceso político exigiendo a sus alcaldes y concejales, a los congresistas y representantes a la Cámara, así como a la rama ejecutiva mediante la exigencia de cuentas. Esto se puede hacer por medio de derechos de petición, derecho consagrado en la Constitución Política de Colombia. Asimismo, vigilando y exigiendo la transparencia del sistema judicial y visibilizando cuando las cosas no se hagan de la manera correcta.
Tiene que surgir de la misma gente, de los ciudadanos en general, desde amas de casa, trabajadoras y trabajadores incluyendo a los empresarios y a los pensionados, movimientos sociales decentes que estén por el verdadero cambio del país. Tienen que aparecer personas dispuestas a dejar de lado su comodidad para participar de proceso sin el deseo de enriquecerse o de volverse parte de la cofradía.
Teniendo hoy claro conocimiento de cómo funciona el país, ya no nos es posible señalar simplemente a los corruptos porque son muchos años de lo mismo y hoy debemos sentirnos cómplices de no hacer lo correcto. Al no participar activamente en el proceso político a menos de un año de las elecciones en Colombia nos estamos condenando a permitir que siga pasando lo que siempre ha pasado: votar por el que recomienda este o aquel político y a esperar que las cosas cambien por sí solas. Lo que está en juego es muy grande, ya no es la pérdida de una región en particular, sino del país en que nacimos como tal.
Colombia es el país que pudo haber sido y no ha sido, pero el potencial está todo ahí; es cuestión de proponérnoslo y de cambiar un círculo vicioso para convertirlo en uno virtuoso. Es el momento: no es demasiado tarde para hacer de este un país donde quepamos todos, sin importar regiones, razas, credos o riquezas. De hacer un país incluyente que atraiga a los colombianos que se han ido y a los extranjeros que quieren llegar.
"Colombia es magia y pide a gritos que su gente la rescate".
"La política es algo demasiado serio para dejarlo en manos de los políticos".
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